No veo la tele desde hace más de dos meses. No me importa. Y hasta que vi una en la habitación de Cristi no fui consciente de lo poco que la necesito. Nunca la he necesitado. Mi móvil italiano lleva apagado medio mes, y tampoco lo he echado de menos. El móvil español lo uso para asuntos familiares o para mandar sms nocturnos en los que el alcohol mezclado con la nostalgia pulsa teclas por si misma.
El ordenador lo uso casi cada día desde hace más de dos meses. Desde hace más de diez años.
Lograr el agua con sal es difícil si no estoy en soledad. Lograr explotar cosas acumuladas, emoción, recuerdos, nostalgia, alegría, tristeza…sólo lo consigo en mi frontera de soledad. Que se llama soledad. Una forma de hacerlo es viendo el final de La lengua de las mariposas. Otra es ver el final de Tierra y libertad. Otra es releer los reportajes de montaña de Litos y los comentarios sobre su marcha de aquí. Otra es recordar las conversaciones con Manolito, sobre una adolescencia repleta de política mental y teórica en nuestras vidas unidas por el lazo internauta y ver un día, después de que el tiempo apagara tanto el lazo como las ideas nacientes, que se apagó como estrella rojinegra que era. Esas cosas me hacen llorar. Me hace llorar pensar en esta Navidad, tan ausente de un pasado que en mi infancia era de risas y sueños, ahora con pocos, pero valientes, nos queda pensar que la idea es disfrutar, que es lo que él quería y nos dio. Pero aquellos a los que les dábamos patadas débiles y que nos ayudaban y cogían en hombros se han hecho mayores y ya los juegos de mesa postcena, los pro y mario kart, los bayles, se han apagado como otras cosas enciende el tiempo.
Hablando y hablando, en espiral abierta, en noches largas que parecían cortas, puedes sorprenderte una y otra vez de la gente, de ti mismo. Puedes llegar a meterte tanto en tu mente que ni los cerditos que mueven el culo en las pantallas del ordenador consiguen crear fugas en tu cerebro. Y que los intentos de cerrar interminables anécdotas, deseos y pensamientos, fracasan una y otra vez porque en el fondo, adentro, uno quiere seguir hablando, porque hay noches que el sueño y el cansancio son más débiles que la capacidad de evasión.
Uno puede conocer gente curiosa en cualquier lugar. Desde vagabundos que hablan en forma de poesía a rusos que lo único que saben decir en español es ¡No pasarán, camaradas! Puedes conocer a antimadisdistras o atléticos en ciudades a miles de kilómetros de De Gea o de Casillas. Puedes tomar cerveza caliente con ginebra paseando por el recuerdo de tal vez los 4 meses más intensos de deporte en la montaña. Puedes reírte por dentro y puedes pasear por lo que no hiciste, por lo que se rompió y por lo que queda en el aire, que en este caso, no sé si es de la calle.
Queda el miedo. Ese del que te hablé.